Los fantasmas de la guerra – El arte de Otto Dix

La Primera Guerra mundial tuvo un efecto devastador para el continente europeo y en especial para el Imperio Alemán, ya que fue derrotado y posteriormente humillado en Versalles, provocando una reacción en cadena que llevaría a los nazis al poder, desembocando años después en otra guerra mundial aún más salvaje y destructora.

Fue una época dura en la que el Imperio alemán pasó a convertirse en la República de Weimar. Una época de inflación desmedida, pobreza rampante, disturbios y violencia política. Pero también una época de gran efervescencia cultural. Fue en aquellos tiempos cuando surgieron algunas de las mejores obras literarias del siglo XX, apareció la Bauhaus, se desarrolló el cine, el Jazz inundó los cabarets y los tugurios de Berlin y también nacieron multitud de movimientos artísticos como el expresionismo y la Nueva objetividad. Es en esta última corriente pictórica donde se movió nuestro protagonista de hoy; Otto Dix.

A la belleza (Autorretrato), 1922. Museo Von der Heydt, Wuppertal.

Retratando la fealdad

Otto Dix fue uno de los principales referentes de la Nueva objetividad, una forma de realismo descarnado que distorsiona las imágenes para enfatizar la fealdad. El arte de Dix es brutal, satírico y provocador; experto en despojar a la realidad de todo lo bello, para mostrar esa fealdad ante la que el ser humano mira hacia otro lado, intentando sin exito negar su existencia.

El punto de inflexión en su vida fue su experiencia en combate durante la Primera Guerra Mundial. Lo que vivió en los campos de batalla le marcó profundamente y buena parte de esos traumas quedaron reflejados en sus obras posteriores.

La guerra, 1932. Albertinum – Staatliche Kunstsammlungen. Dresden.

En su tríptico “La guerra” pintado entre 1929 y 1932 se puede ver muy bien reflejada la destrucción y el horror que provocan las batallas, sembrando de muerte campos y ciudades.

Contemplando esta pintura, uno puede sentir de alguna manera la desesperación, la ansiedad y el miedo que sintió el artista cuando estuvo luchando en aquellas trincheras y también su deseo de exorcizar esos fantasmas. Me parece una de las representaciones artísticas de la guerra más brutales que existen.

Soldado herido, 1924.

 

Prager straße 1920. Staatsgalerie Stuttgart, Stuttgart.

Tras la guerra, probablemente sufrió estrés postraumático, algo que también acabo por influir en su percepción de la realidad y en su desencanto con la sociedad degradada que había surgido entre las ruinas de la contienda.

Es en esa época cuando Dix pinta algunos de sus cuadros más famosos, retratando prostitutas y soldados lisiados mendigando por las calles alemanas. Y lo hace de una manera totalmente original; sus pinturas son como caricaturas, pero no son divertidas, ya que su objetivo es provocar malestar. Además esa serie de personajes grotescos, eran un recordatorio de los horrores de la guerra y de la gran desigualdad social y decadencia moral de la Alemania de los años 20.

Los jugadores de Skat, 1920. Alte Nationalgalerie, Berlin.

 

Lisiados de guerra, 1920.

 

Enemigo de los nazis

Dix, como otros tantos artistas de la época, fue perseguido y defenestrado por el regimen nazi. Nada más llegar éstos al poder, fue despojado de su cátedra en la Academia de arte de Dresden y en 1937 fue considerado un “artista degenerado” ya que su obra no cumplía con los ideales artísticos nazis e insultaba a las fuerzas armadas. Sus obras (unas 260) fueron retiradas de los museos, para ser posteriormente destruidas o vendidas a otros países.

En 1938 fue arrestado por la Gestapo, acusado de participar en un atentado contra Adolf Hitler, por lo que fue encarcelado durante dos semanas. Además en 1945 fue llamado otra vez a filas y desplegado en el frente occidental, donde fue hecho prisionero por los franceses, hasta su puesta en libertad un año después.

Los siete pecados capitales, 1933. Staatliche Kunsthalle Karlsruhe.

 

Mujer reclinada sobre piel de leopardo, 1927. Johnson Museum of Art, Ithaca.

 

Metropolis, 1928.

Últimos años

Tras su liberación volvió a Alemania donde continuó pintando, aunque se encontró con que no encajaba en ninguna de las corrientes artísticas que predominaban en las dos Alemanias: el Realismo socialista y el arte abstracto de posguerra. Dix siguió innovando a su manera, pintando con ese estilo tan característico suyo que le valió numerosos reconocimientos en ambos lados del telón de acero. Murió en 1964.

Otto Dix supo crear un estilo propio y reconocibe, combinando su talento y sus influencias renacentistas, cubistas y dadaístas con sus traumáticas experiencias vitales, para entrar en la historia como uno de los pintores más inusuales de su tiempo.

 

Retrato de la periodista Sylvia von Harden, 1926. Centre Pompidou, Paris.

 

La loca, 1925. Kunsthalle Mannheim. Mannheim.

Esto es todo, espero que hayáis disfrutado con las pinturas de este artista de lo grotesco. Yo reconozco que su arte me remueve, esa fealdad cruda que retrata tiene cierto magnetismo irresistible. Como por ejemplo en estas dos últimas pinturas: en la primera vemos a la periodista y poeta Sylvia von Harden como el estereotipo ambivalente de la nueva mujer alemana, una representación radicalmente alejada de los cánones femeninos tradiciones, que Dix subvierte para reflejar a una mujer moderna, libre y autónoma y por extensión a toda una época. En la segunda pintura, creo que podemos contemplar una de las representaciones de la locura más geniales y acertadas de la historia de las artes plásticas. ¿Qué os parece? Espero vuestros comentarios y sugerencias. Un saludo.

Os dejo un par de enlaces donde podéis ver más obras del pintor.

Wikiart

Shocks (su serie de grabados sobre la guerra).

 

 

Las fases de la luna – Tres pinturas de Paul Delvaux

A Paul Delvaux normalmente se le suele enmarcar dentro del surrealismo, aunque él nunca se consideró un surrealista per se. Lo cierto es que su pinturas tienen un aire surreal, pero también onírico, como si se tratase de imágenes congeladas o instantáneas tomadas durante un sueño. Esto es precisamente lo que me atrae de su arte. Sus escenas, normalmente nocturnas parecen representar personajes en actitudes oníricas, es más, incluso en una suerte de metaficcion, parecen representar los sueños de los propios personajes del cuadro. Además de transmitir ese silencio inquietante tan característico de las obras de Giorgio de Chirico. Pensaréis que todo esto es representativo del surrealismo, pero Delvaux tiene algo que lo diferencia del resto.

Otto Lidenbrock por Édouard Riou, 1864.

La serie de pinturas que os presento hoy se titula Las fases de la luna y son tres escenas independientes entre sí, pero que están conectadas por dos elementos: la Luna y un personaje que se repite. En un principio pensé que ese personaje era el propio autor, pero también tenía la sensación de que lo había visto anteriormente en otra parte. Hasta que hace unos días caí en la cuenta de que lo había visto en una vieja edición de Viaje al centro de la tierra de Jules Verne que tengo en casa. Se trata del profesor Otto Lidenbrock, uno de los protagonistas de la novela. Al parecer Delvaux estaba muy influenciado desde niño por las obras de Verne y quiso rendir homenaje de esta manera al gran escritor francés. Y es aquí donde encontramos el principal elemento diferenciador de Delvaux con otros surrealistas: en sus pinturas no solo hay una transferencia de su inconsciente y de sus mundos oníricos al lienzo, sino también una deliberada representación de sus recuerdos de infancia y adolescencia. Delvaux lo mezcla todo para crear algo totalmente original. La irrealidad que permea sus obras, unido a su estilo tan particular, pero influido entre otros por Magritte, De Chirico y Mesens, convierte su arte en algo muy atractivo para la vista y la especulación.

Las fases de la luna I (1939)

La primera pintura de la serie es quizá la más atípica de las tres, ya que se trata de una escena diurna, algo poco habitual en Delvaux. Lo cierto es que es extraña, puesto que el cielo nocturno donde resalta una luna creciente, está en contraste con la luminosidad solar, las sombras de los personajes y objetos delatan que la escena tiene que estar sucediendo cerca del mediodía. Esta paradoja me recuerda a El imperio de las luces de Magritte. El profesor Lidenbrock aparece en primer plano analizando una roca. A su lado aparece otro personaje que parece totalmente ausente, como si estuviera muerto o dormido dentro del sueño. Incluso a pesar de estar de frente, su mirada no esta dirigida al observador del cuadro, parece estar perdida mas allá. En la parte derecha encontramos a una mujer sentada y desnuda, cuyos senos están cubiertos con un lazo de regalo y que parece estar posando para alguien. Al fondo del jardín podemos ver al propio autor guiando (a lo flautista de Hamelin) a un grupo de mujeres desnudas (los desnudos femeninos son otra constante de su obra). En el centro de la imagen hay un caja de madera con una roca y unas cuantas más esparcidas cerca. ¿rocas lunares quizá?. Es una escena realmente extraña.

Las fases de la luna II (1941)

Les phases de la lune II, 1941. Colección privada.

En la segunda pintura de la serie, la acción transcurre en lo que parece ser un laboratorio o almacén lleno de rocas, calaveras y frascos. La escena es nocturna y al fondo podemos ver una luna casi llena sobre un paisaje que a mi se me antoja lunar. Como si la escena se hubiera trasladado a la Luna, o esa puerta fuera un portal hasta allí. Volvemos a encontrarnos a Lidenbrock analizando algo, a su lado hay otro personaje con sombrero que gesticula y parece interactuar con él o quizá no, puesto que no lo esta mirando, dando incluso la sensación de que pertenecen a planos distintos. Hay una mujer semi desnuda que parece ajena a todo, al igual que son ajenos a ella un trío de personajes conversando al fondo, que curiosamente parecen ser Lidenbrock y el personaje del sombrero. Como si se hubieran desdoblado (o triplicado en el caso del hombre del sombrero) o en esa escena se hubieran solapado varios planos dimensionales. Quizá sea la pintura más irreal de las tres.

Las fases de la luna III (1942)

Les phases de la lune III, 1942. Boijmans Van Beuningen Museum.

La tercera de la serie es una escena urbana y nocturna. Una vez más encontramos al sempiterno Lidenbrock observando una roca, junto a otro personaje que esta vez si parece interactuar con él, o al menos observa la misma roca detenidamente. A la derecha encontramos a una mujer sosteniendo una lámpara de bujía y saliendo por la puerta de una especie de torre. Esta mujer me recuerda a la que salía en la primera pintura con un lazo cubriendo sus senos. Se intuye un planetario o una esfera armillar en el piso superior y en su fachada encontramos un reloj solar. En la izquierda aparece el propio Delvaux de espaldas con un libro bajo el brazo, encaminándose hacia unas escaleras por las que suben y bajan varios hombres y mujeres vestidos elegantemente y que parecen sonámbulos. En lo alto parece haber un observatorio astronómico. Al fondo encontramos un paisaje yermo y sembrado de rocas, con un sendero que lleva hasta un tren (Delvaux estaba obsesionado con los trenes). Toda esta escena sucede bajo un cielo dominado por una luna en cuarto creciente que irradia gran luminosidad y proyecta sombras muy nítidas y marcadas, esto a mi parecer es, al igual que en la primera pintura, una anomalía, puesto que es algo que sólo ocurriría con la luz de la luna llena. Por otra parte es la única pintura de la serie en la que todo el mundo aparece vestido. 

A pesar de que se repiten personajes y objetos en las tres pinturas, la Luna es la verdadera protagonista de la serie. Su simbolismo es amplio: Normalmente representa el poder femenino y a la diosa madre. Aunque también tiene otros significados como el lado oscuro e invisible de la naturaleza, lo irracional y por ello está asociada a la fantasía y a la imaginación. También representa la resurrección y el renacimiento. Es la mediadora entre el cielo y la tierra, ya que influye en las mareas, las estaciones y los cultivos. También influye en los ciclos del sueño de los humanos, así que podemos decir que su presencia en el reino onírico es muy importante. En el pasado se la vinculó con diosas como Selene, Artemisa, Hécate, Astarté, Rhiannon, Arianrhod, Epona, Luna o Metztli.


Sinceramente, creo que la interpretación de las pinturas ha sido bastante pobre pero… ¿cómo interpretar el sueño de otro? Si pudiéramos meternos en el mundo onírico de otra persona y ver o experimentar de primera mano sus sueños, ¿entenderíamos algo? Aunque la interpretación de los sueños es un arte que se lleva practicando milenios y es una parte importante del psicoanálisis, creo que es muy difícil interpretar un sueño de manera infalible. De todas maneras creo que un psicoanalista se lo pasaría en grande descifrando todos los símbolos que pueblan estas pinturas.

Los sueños son algo muy personal e intransferible y aunque haya sueños, símbolos o arquetipos universales, es harto complicado descifrar ese mundo (Jung decía que eran manifestaciones del inconsciente). Si además en el caso de Delvaux añadimos que no solo representa sus sueños en la pinturas, sino que además incluye sus recuerdos, gustos y obsesiones, pues nos encontramos con que es casi imposible entender plenamente su arte. Solo él puede darnos la clave. Aunque he de decir que probablemente sea el pintor que mejor ha sabido plasmar lo absurdo y simbólico de los sueños en un lienzo y esto hace, a mi entender, que su arte no se preste tan bien a la interpretación, como las obras de otros surrealistas.

Aún así, mi enfoque parte de la base de que estas pinturas son representaciones oníricas. Puede haber múltiples enfoques, así que estaré encantado de conocer los vuestros y por supuesto, vuestras interpretaciones.

 

 

Tres pinturas surrealistas de Edgar Ende

Años 30 en el Reich alemán. Los nazis acaparan todo el poder y deciden cada aspecto de la vida de los ciudadanos. Basándose en su deformado y retorcido criterio, imponen qué está bien y qué está mal y, con el transcurso del tiempo, llegarán a dictaminar quién merecerá vivir y quién no. También determinan qué es arte y para desgracia de nuestro protagonista de hoy, su arte se considera arte degenerado. Para los nazis, todo arte que tuviera connotaciones bolcheviques, judías o se alejara de los ideales de heroísmo y pureza aria, era arte degenerado. Así que si eras un pintor surrealista y esas cabezas cuadradas que decidían por ti no entendían tu arte, automáticamente te convertías en un degenerado. Esto fue lo que le pasó a Edgar Ende, que pasó de ser el primer pintor surrealista alemán a convertirse en un desconocido y en un paria artístico.

Prohibido pintar

En esos mismos años 30 de los que hablaba antes, la carrera de Ende estaba despegando y adquiriendo notoriedad, pero en 1936 los nazis le prohibieron pintar y exponer bajo pena de cárcel. La mayor parte de su obra de aquella época acabó reducida a cenizas en un bombardeo en Munich en 1944, así que las pocas pinturas que quedan de esa época, están muy cotizadas. Después de la guerra siguió pintando y alcanzó cierto reconocimiento, hasta su muerte en 1965.

Visionario surrealista

El enfoque de Ende buscando la inspiración era bastante peculiar, casi el de un visionario a lo William Blake que entra en trance y se deja poseer por las imágenes, que más tarde plasmará en el lienzo. Su método para inspirarse consistía en tumbarse a oscuras en un sofá y literalmente no pensar en nada: dejar la conciencia vacía hasta que esas imágenes aparecían. Una especie de ejercicio de meditación de la que extraía algo totalmente puro, simbólico e ininteligible

Esas imágenes eran, la mayoría de las veces, estáticas aunque otras se movían y cambiaban de forma velozmente. Otro dato curioso es que esas imágenes no podían ser modificadas con el pensamiento o la imaginación. Para Ende, eran imágenes pre-lógicas, o sea, anteriores al pensamiento y más profundas. Él no daba a esas imágenes ninguna interpretación, si no que dejaba que fuera el observador posterior del cuadro el que lo hiciera. El título tampoco tenía mucha importancia para él, así que solía buscar los títulos más neutrales posibles.

Familia de artistas

A muchos os sonará su apellido y probablemente no vayáis desencaminados pensando que este señor tiene algo que ver con Michael Ende, el autor de La historia interminable y Momo. Pues bien, eran padre e hijo. Y es muy probable que las pinturas del progenitor influyeran en los escritos de su vástago, y si no solo tenéis que echar un vistazo a una de sus mejores obras: El espejo en el espejo, una colección de relatos basados en las pinturas y dibujos de Ende padre, que recomiendo mucho.

Me encanta la pintura surrealista ya que se presta a múltiples interpretaciones. Al igual que hice en el artículo de Magritte que publiqué hace un tiempo, he elegido tres pinturas y a grandes rasgos y de manera espontánea, voy a contaros qué me inspiran.

Der Tänzer auf der Kugel (1948)

Esta pintura, que se podría traducir como El bailarín en la pelota, es una de las que más me han impactado de su catálogo. En ella aparecen representadas dos figuras. Una de ellas que parece ser la principal, está en armónico equilibrio sobre una esfera suspendida sobre un plano que parece ser infinito. Las estrellas que aparecen en dicha esfera parecen significar una representación del cosmos en miniatura. El personaje principal tiene algo de divino, ya que hay cierto resplandor que emana de su cabeza como una especie de aura. Dicho resplandor ilumina también sus hombros y brazos. La pierna que se eleva sobre la esfera está llena de heridas, como si el estar en contacto con ese universo condensado fuera perjudicial de alguna manera. En cuanto a las esferas representadas a su espalda, da la sensación de que están en movimiento generando algún tipo de energía.

El otro personaje transmite sensación de urgencia, como si tuviera prisa por cruzar otra vez esa puerta que está a sus espaldas. Además, uno de sus pies parece estar evitando que la puerta se cierre. Es como si hubiera cruzado solo para recibir ese líquido que le entrega el personaje principal. La puerta parece un lugar fronterizo entre dos dimensiones: la que parece ser infinita, que podemos ver en la pintura, y la otra, que solo podemos intuir y que quizá sea la nuestra. En cuanto al líquido que se vierte de una vasija a otra, quizá sea un elixir vital o una metáfora del conocimiento.

Genius loci (1936)


En la mitología romana un Genius loci era el espíritu protector de un lugar. En esta obra, podemos observar un plano desolado con árboles muertos y tierra baldía bajo un cielo plomizo. Tengo la sensación de que el monolito cúbico que aparece en la parte inferior izquierda es la representación del Genius loci. Mientras que ese conjunto flotante de rostros son los humanos que vivieron en ese lugar cuando era próspero y fértil. Y cuyas almas o espíritus se han petrificado, en una suerte de representación simbólica que parece indicar que no pueden abandonar ese lugar en el que han vivido. Aunque el hecho de que solo estén representadas las cabezas, me da a entender que quizá sean sus pensamientos y creencias las que embrujan ese lugar.

Das fensterkreuz (1953)

Esta pintura me resulta perturbadora. Me sugiere esclavitud, uniformidad, repetición. Esa hilera de humanos en la misma postura, avanzando hacia el fondo de la habitación, donde hay una especie de Cristo crucificado a trasluz, es inquietante. Parecen clones, humanos sin voluntad totalmente subyugados por la religión.

Pero, por otra parte, puede tener otra lectura: una hilera de hombres que marchan juntos para destruir ese símbolo cristiano, ya que uno de ellos lleva un martillo en la mano y presumiblemente el resto también. O también puede ser que solamente el último lleve el martillo, ya que su sombra es ligeramente distinta a la del resto. Una especie de héroe solitario y libertador, un pensador divergente en esa cadena uniforme. O quizá el martillo sea una alegoría del comunismo ateo, ya que fue pintada en los albores de la Guerra Fría.

Hasta aquí la entrada de hoy. Me parece un ejercicio imaginativo muy interesante, que os animo a que realicéis, no solo con estas tres pinturas, sino con cualquier obra de arte que os guste o que descubráis. Creo que es muy enriquecedor y además permite que os analicéis a vosotros mismos. Al final nuestras interpretaciones de una obra de arte, no dejan de ser reflejos de nuestro propio ser.

Espero que hayáis disfrutado con la entrada y ya sabéis que me encantará conocer vuestras propias interpretaciones de las pinturas en los comentarios. Un saludo.

 

Vanitas – Arte que nos recuerda la futilidad de la vida

Esta mañana paseando por el bosque, disfrutando de la explosión primaveral de la vida, me encontré el cadáver mutilado y en descomposición de un animal, que no pude reconocer. Me pareció paradójico que entre tanta vida latente, apareciera ese cuerpo inerte que otrora estuvo vivo. Recordándome que la vida también es muerte y que de la muerte nace la vida. Mientras me alejaba, me vino a la mente una pintura de Philippe de Champaigne titulada Naturaleza muerta con calavera y me puse a pensar en lo efímero de la existencia. Como vida y muerte se entrelazan de tal manera y están tan presentes, que a veces ni lo advertimos, a no ser que nos golpee directamente. Hoy me gustaría hablaros de la Vanitas, un género artístico que surgió en el Barroco, que mostraba eso: la futilidad de la vida y la presencia continua de la muerte.

“Naturaleza muerta con calavera” (1671) de Philippe de Champaigne, Musée de Tessé. Le Mans.

Orígenes

Los orígenes de la Vanitas se encuentran en las representaciones de la muerte, que han manifestado prácticamente todas las culturas desde la prehistoria. Generalmente se representan con esqueletos o calaveras. Pero la Vanitas tienen un carácter moralizante y reflexivo, así que podríamos decir que su antecedente directo más antiguo son los Memento Mori romanos. La frase que supuestamente repetían los siervos a los generales romanos en sus triunfos, para recordarles que eran mortales y las glorias efímeras. Normalmente aparecían en frescos, figurillas y mosaicos con frases como la manida Carpe diem (“aprovecha el día”), Nosce te ipsum (“conócete a ti mismo”) o la ya mencionada Memento mori (“recuerda que morirás”).

“Carpe diem” mosaico pompeyano. (s. I a. C.) Museo arqueológico nacional de Nápoles.

Las danzas de la muerte


Durante la Edad Media, la epidemia de peste negra que asoló Europa, hizo que la gente tomara conciencia de lo efímero de la vida de una manera brutal. La muerte a gran escala se convirtió en algo cotidiano y esa normalización le dio un carácter pavoroso.
Fue en esa época cuando aparecieron las danzas de la muerte, que tenían un doble sentido. Por una parte el religioso y moralizante y por otra el satírico, ya que en una sociedad tremendamente desigual, la muerte igualaba a todos al final del camino. En estas representaciones normalmente aparecen esqueletos bailando despreocupadamente o conduciendo vivos de todos los estratos sociales hacia la tumba. Algunas de las representaciones más famosas corrieron a cargo de Hans Holbein el joven y de Michael Wolgemut.

“Danse Macabre” de Michael Wolgemut (1493).

Vanitas

Y llegamos al Barroco y a la Vanitas propiamente dicha. Su nombre deriva de una pasaje del Eclesiastes (Ec 1,2): Vanitas vanitatum et omnia vanitas (“vanidad de vanidades, todo es vanidad). Pero en este caso vanidad no tiene nada que ver con arrogancia, sino con la acepción latina de vanidad: futilidad, caducidad, vacío… Animando con ello a adoptar un punto de vista y modo de vida más estoico. Estas obras seguirán el camino marcado por sus predecesores, incidiendo en lo efímero de la vida y los placeres terrenales y en la omnipresente muerte que nos espera.

“Vanidades” (1658) de Harmen Steenwijk, National Gallery, Londres.

El movimiento surge en los Países Bajos donde gozó de muy buena fama, ya que su intención moralizante fue muy del agrado de la rígida religión calvinista profesada por entonces, para extenderse poco después por el resto de países de Europa occidental. Las pinturas tienen una temática similar a los bodegones, pero en lugar de mostrar frutas u otros manjares, muestran objetos valiosos, libros, armas o flores, pero siempre con el contrapunto de la muerte rondando, en forma de calaveras, fruta podrida, polvo y relojes de arena.

“Naturaleza muerta con autorretrato” (1628) de Pieter Claesz, Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg.
“Vanitas” (1663) de Edwaert Collier, Museo nacional de arte occidental, Tokyo.

Vanitas en España.

En España el genero Vanitas, también tuvo buena acogida, aunque se le denominó Desengaño. Dada la naturalidad contrarreformista del país, el genero adquirió un componente más religioso y pesimista aún si cabe. Dos pintores sobresalieron sobre el resto: El vallisoletano Antonio de Pereda y el sevillano Juan de Valdés Leal. El primero formado en la escuela tenebrista, gozó de popularidad y buenos encargos en la corte, gracias a su calidad y obras como El sueño del caballero o La inmaculada concepción. Por su parte Valdés Leal pintor de gran imaginación, pero irregular en sus acabados es conocido sobre todo por los dos Jeroglíficos de las postrimerías, pintados para el Hospital de la Caridad de Sevilla, donde aún se conservan. Son dos macabras alegorías de la vanidad y la muerte de gran factura.

“Alegoría de la vanidad” (1636) de Antonio de Pereda. Kunsthistorischesmuseum Vienna.
“In ictu oculi & Finis gloriae mundi” (1672) de Juan de Valdés Leal, Iglesia del hospital de la caridad, Sevilla.

Hasta aquí la breve entrada de hoy, ya veis lo que da de sí un encuentro con una animal muerto en un bosque. Viene bien como recordatorio de que hay que vivir el presente de una manera más consecuente y consciente. Al final de cada uno de nuestros caminos nos espera lo mismo. La Parca; la gran niveladora. A esa le da igual cuántas posesiones y riquezas tengamos o cuánta fama hayamos atesorado. Todo eso no nos lo podremos llevar al otro lado en nuestro viaje con ella. Al final lo único que cuenta son las experiencias vividas. Porque realmente y a una escala cósmica, no somos nada, somos insignificantes. Incluso los personajes más famosos de la historia, algún día serán totalmente olvidados. Nos encaminamos hacia el vacío y el olvido. Incluso me atrevería a decir que hasta la muerte morirá algún día, cuando se haya enseñoreado de todo el universo, cuando no quede nada vivo que llevarse, su función habrá acabado y por lo tanto desaparecerá.

“Naturaleza muerta” (1642) de Adrien Van Utrecht, Colección privada.

 

El mito de Perseo por Edward Burne-Jones

Edward Burne-Jones fue un pintor de la Hermandad Prerrafaelita. Nacido en 1833 en Birmingham, ya desde muy joven demostró una gran pasión por el arte. En 1853 ingresa en el Exeter College de Oxford, donde se hace amigo inseparable del poeta William Morris, juntos se apasionaron por la historia y la literatura medieval, al mismo tiempo que denostaban la imparable revolución industrial, que a sus ojos estaba acabando con las tradiciones y la belleza del arte. Un año después conoce a los prerrafaelitas y queda prendado por el arte de Dante Gabriel Rossetti, que le anima a dejar sus estudios y dedicarse a la pintura.

Éste fue el punto de inflexión en la vida de Burne-Jones. Gracias a los consejos y a la ayuda de Rossetti y sobre todo a su gran talento, poco a poco comienza a hacerse un nombre en la escena. La poesía, las leyendas medievales, los temas religiosos y la mitología grecorromana, constituirán gran parte de su producción artística. Y entre todos esos temas mitológicos, hoy os quiero presentar una serie de pinturas que realizó sobre el mito de Perseo.

El mito de Perseo.

Perseo fue un semidiós, hijo de Zeus y de Dánae. Creció en la isla de Serifos junto a su madre. En la isla gobernaba el rey Polidectes, que se enamoró de Dánae y pensando que Perseo iba a ser un estorbo, urdió un plan para desembarazarse de él. Hizo creer a todo el mundo que estaba enamorado de otra princesa y pidió a todos los habitantes de la isla que le entregaran un caballo como presente para conquistarla. Perseo le dijo al rey que no tenía caballos ni oro para comprarlos, pero que si dejaba en paz a su madre, le regalaría lo que quisiera, incluso la cabeza de Medusa, la gorgona que convertía en piedra a todo aquel que la miraba. Así que se lo puso en bandeja a Polidectes, que obviamente le pidió la cabeza de Medusa y al joven no le quedó otra que cumplir su promesa.

La llamada de Perseo (1877). Southampton City Art Gallery.

Perseo se pone en camino.

Con la ayuda de Atenea y Hermes, se pone a buscar a las hijas de Forcis: las Grayas, hermanas de las Gorgonas. Las Grayas eran tres ancianas decrépitas que tenían un solo diente y un solo ojo para las tres, y que se los iban pasando entre ellas. Perseo les arrebató el ojo y a cambio de devolvérselo, les obligó a confesar donde vivían las Náyades, sus otras hermanas (aquí por lo que parece todo dios estaba emparentado). Las Grayas accedieron, pero al final Perseo no cumplió su promesa y arrojó el ojo al lago Tritonis.

Las grayas y perseo (1882). Staatsgalerie Stuttgart.

Perseo se arma hasta los dientes.

Estas Náyades que moraban en la laguna Estigia, le ofrecieron unas sandalias aladas, un Kibisis o bolsa mágica, donde podía guardar la cabeza de Medusa sin peligro y el casco de Hades, que volvía invisible a todo aquel que lo llevara puesto. Además, Atenea le entregó un escudo-espejo y Hermes una hoz con hoja de diamante para decapitar a Medusa. Armado hasta los dientes, nuestro protagonista fue a la caza de la gorgona.

Las ninfas armando a Perseo (1887). Southampton City Art Gallery

La caza de Medusa.

Perseo viaja hasta el País de los Hiperbóreos y se introduce en la guarida de las Gorgonas, mientras éstas duermen entre formas erosionadas de humanos y animales salvajes petrificados. Guiado por Atenea y gracias al escudo-espejo, pudo ver reflejada a Medusa sin convertirse en piedra y la decapitó de un solo tajo. De su cuello ensangrentado nacieron Pegaso y el guerrero Crisaor.

El encuentro con Medusa (1882). Southampton City Art Gallery. (Inacabado).

Las dos Gorgonas restantes e inmortales: Esteno y Euríale, intentan cazar a Perseo para vengar la muerte de su hermana. Pero éste se pone el casco de Hades y consigue escapar gracias a su invisibilidad.

La muerte de Medusa I (1882). Southampton City Art Gallery.
La muerte de Medusa II (1881-82). Southampton City Art Gallery.

Perseo en los dominios de Atlas.

Una vez que escapa de la morada de las Gorgonas; Perseo vuela hasta los dominios de Atlas y le pide hospitalidad, pero el titán recordando una profecía que le había hecho un oráculo, vaticinándole que un día llegaría un hijo de Zeus a robarle las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, se niega y le expulsa de malas maneras. Perseo no se lo toma muy bien y lo convierte en piedra usando la cabeza de Medusa.

Atlas convertido en piedra (1878). Southampton City Art Gallery.

Perseo y Andrómeda.

Nuestro héroe llega a Filistia y allí se encuentra a Andrómeda encadenada a una roca, y como suele pasar en estas historias, ambos se enamoran ipso facto. Pero como también suele suceder en estas historias, la cosa estaba jodida, pintaba a amor imposible. Andrómeda estaba encadenada porque iba a ser ofrecida en sacrificio a Ceto. Una bestia marina que había sido enviada por Poseidón para destruir el reino, ya que Casiopea (la madre de Andrómeda), había tenido la osadía de afirmar que su hija y ella eran más bellas que las Nereidas. Gran error, en temas de egocentrismo y vanidad, los dioses griegos no admitían competencia.

La roca de la perdición (1888). Staatsgalerie Stuttgart.

Pero nuestro protagonista no se da por vencido, así que urde un plan, cuando Ceto aparece para devorar a su víctima, Perseo lo mata con su espada y libera a su amada. Más tarde, en el banquete de bodas, se presenta de improviso Agenor; el prometido de Andrómeda  y la cosa se pone fea. Perseo en vista de que de esa igual no sale airoso, puesto que Agenor ha acudido con un pequeño ejército de esbirros, decide que lo mejor es sacar otra vez la cabeza de Medusa a pasear y convierte a todo dios en piedra.

El destino cumplido (1888). Staatsgalerie Stuttgart.
La cabeza siniestra (1887). Staatsgalerie Stuttgart.

El retorno a casa.

Los dos enamorados deciden volver a Serifos, donde Perseo se entera de que su madre ha huido a refugiarse en un templo para escapar del acoso de Polidectes. Perseo decide tomar cartas en el asunto y se presenta en la corte del rey para darle su “regalo”. Como le había cogido gusto a lo de convertir en piedra a la gente, saca la cabeza una vez más y petrifica a todo el mundo, rey incluido. Después devuelve la sandalias y el casco a Hermes y regala la cabeza de Medusa a Atenea, que la coloca en su escudo.

Y hasta aquí el mito de Perseo (he obviado el final, cuando mata a su abuelo sin querer y acaba convirtiéndose en rey de Tirinto y Micenas), hay unas cuantas variantes y he cogido un poco de cada una. Tampoco he profundizado mucho en la vida del pintor, esto me lo guardo para un futuro artículo, ya que hay mucho de lo que hablar. Espero que hayáis disfrutado con esta entretenida historia, acompañada de estas maravillosas pinturas que creo, la ilustran de manera sublime.

Ya sabéis, espero vuestros comentarios. Siento curiosidad por saber cuáles son vuestros mitos favoritos o qué opináis de los pintores prerrafaelitas como Burne-Jones. Un saludo.

 

 

Henri Rousseau, el pintor que no sabía pintar

Bueno, pintar sí que sabía pintar, pero con un estilo tan primitivo e infantil que según quien lo mire, podría resultar cómico o incluso lamentable. Lo cierto es que Henri Rousseau fue ridiculizado en vida debido a que era un pintor autodidacta, no tenía formación académica de ningún tipo. Pero a la larga ese estilo tan peculiar le convirtió en todo un referente dentro de las vanguardias de principios del siglo XX; más bien podríamos afirmar que él fue una vanguardia en sí mismo.

 

El aduanero.

Se sabe muy poco de la vida personal de Rousseau antes de su llegada a París, puesto que él mismo se encargó de crear ese misterio inventándose parte de su vida para darse importancia. Pero lo que sí sabemos es que nació en Laval en 1844, que tuvo una infancia bastante dura, rozando la indigencia en Angers y que a los 24 años se trasladó a París, donde se casó y consiguió un empleo de recaudador de impuestos en la oficina arancelaria, de ahí su apodo de “El aduanero”.
Desempeñó este trabajo hasta 1893, cuando decidió que ya podía vivir de su arte. Lo cierto es que se equivocaba puesto que en muchas ocasiones tuvo que vender sus cuadros en la calle o dar clases de violín para poder subsistir.

 

Autodidacta.

La clave del éxito de Rousseau estriba paradójicamente en su nula formación académica, vamos, que el tipo era un auténtico desastre a nivel técnico. Era incapaz por ejemplo, de pintar caras o de colocar figuras correctamente sobre un plano, todas sus pinturas tienen un aire infantil y naíf mas propio de los intentos por dibujar de un niño, que de un adulto. Pero quizá sea por eso por lo que atraen y fascinan, por esa frescura e ingenuidad, además su colorido es espectacular. Sus escenas selváticas llenas de exuberante vegetación y animales al acecho son sencillamente geniales, incluso se ha contado en una de sus pinturas hasta 48 tonos distintos de verde, todos ellos muy bien definidos y combinados.

“La encantadora de serpientes” (1907), Musée d’Orsay, Paris.

Rousseau nunca salió de Francia, así que para poder pintar esas escenas de frondosas selvas tiró mucho de imaginación, pero también de un exhaustivo trabajo de documentación, libros, fotografías de junglas, bosques y animales salvajes. Además era un asiduo del zoológico y del jardín botánico de París, donde cuenta que se maravillaba paseando entre todas esas especies exóticas de plantas. Aunque él siempre contó una versión totalmente distinta (y falsa), la de que adquirió sus conocimientos siendo soldado en México en la expedición militar francesa de apoyo a Maximiliano de Habsburgo.

“Tigre en una tormenta tropical” (1891), National Gallery, London.

Estas escenas tropicales son realmente cautivadoras, el salvaje cromatismo, la frondosidad y la gran variedad de plantas y animales le dan un toque psicodélico, incluso sinestésico, no en vano el mismo Kandinsky además de considerarle uno de los padres del nuevo realismo y un referente del arte moderno, dijo de él que había llegado a un estado emocional puro en el arte y que sus pinturas “emanaban uno de los sonidos mas especiales que jamas había escuchado”.

“La gitana dormida” (1897), MoMA, New York.

Aunque la intención Rousseau era pintar cuadros realistas, su particular estilo y pocos conocimientos le llevaron a crear obras de corte surrealista aún sin quererlo; La gitana dormida, es su máximo exponente. Es una escena muy onírica (para algunos clara precursora del surrealismo), que influyó en grandes como Ernst, Magritte o Delvaux entre otros.

“La guerra” (1894), Musée d’Orsay, Paris.

Veinte años después del final de la guerra franco-prusiana, Rousseau pintó La guerra. En ella vemos una escena dantesca, una mujer que parece la encarnación de Belona, la diosa romana de la guerra, cabalga sobre una especie de caballo monstruoso, que parece volar sobre un grotesco mar de cadáveres mutilados y descompuestos, mientras los cuervos se dan un festín en un paisaje del que la muerte se ha enseñoreado completamente. A nivel técnico es una chapuza, pero a nivel visual tiene una fuerza arrolladora. Pues bien, esta pintura fue adquirida en su día por Pablo Picasso y estoy segurísimo de que si no hubiera contemplado esta carnicería, no habría pintado nunca su famoso Guernica, ni habría desarrollado el cubismo, ya que para ello tomó de Rousseau la redefinición del espacio pictórico, ordenando los elementos desde el fondo hasta el primer plano, como si de collages superpuestos se trataran.

“Vista de la Ille de la Cité” (1890), Ackland Art Museum, Chapel Hill.

La relación entre Picasso y Rousseau fue bastante curiosa. Cuenta la historia que en 1908, paseando un día por la calle, el malagueño se encontró a nuestro protagonista vendiendo sus cuadros y se acercó a él con la intención de comprarle uno, además se le ocurrió invitarle a un banquete en su honor, una especie de homenaje/mofa con toda la créme de las vanguardias de la época. Rousseau aceptó el convite y al día siguiente acudió al Bateau Lavoir a una celebración que tuvo mucho de la hilaridad de La cena de los idiotas. Rousseau que se comportaba como si realmente fuera una celebridad, le comentó a Picasso tras varias copas “nosotros dos somos los pintores más grandes de nuestra época, tú en el estilo egipcio y yo en el moderno” y es que al parecer el español había declarado en una ocasión con sorna “si este señor hace arte moderno, lo mío debe ser arte egipcio”. Nunca sabremos si quiso devolvérsela o si en su aparente ingenuidad, se tomaba todo a bien, ironías y comentarios hirientes incluidos.

“Noche de carnaval” (1886), Philadelphia Museum of Art, Philadelphia.

Rousseau fue un incomprendido en su época, y por ello pasó desapercibido muriendo en la pobreza más absoluta en 1910, fue enterrado en una fosa común, pero días después de su sepelio varios de sus amigos organizaron una colecta entre los artista de Montmartre para darle un entierro digno al que solo asistieron siete amigos, entre ellos el poeta Guillaume Apollinaire, que escribió un bello epitafio para que Constantin Brâncusi lo esculpiera en su lápida.

“El sueño” (1910), MoMA, New York.

Días antes de su muerte, Rousseau había acabado de pintar la que quizá sea su obra maestra: El sueño, una bellísima pintura donde se resume todo su arte, exuberancia, colorido, vivacidad, onirismo, frescura y sobre todo pureza.

Rousseau demostró que la perseverancia y el amor al arte están por encima de todo; se obstinó en ser artista a pesar de sus limitaciones y las devastadoras críticas; influyó en cubistas, surrealistas y fauvistas; cumplió su sueño con honestidad y al final, esa pasión tuvo premio: la inmortalidad.

“Yo mismo: Retrato-paisaje” (1890). Národní galerie v Praze, Praha.

Y hasta aquí la entrada de hoy, espero que hayáis disfrutado con ella. Me gustaría conocer vuestras impresiones, ¿Qué os parece interesante de Rousseau? ¿A quién os recuerda? ¿Os gusta este formato?. Ya sabéis que vuestros comentarios, al igual que vuestras sugerencias son siempre bien recibidos, me sirven para seguir aprendiendo y mejorando.

Por cierto, en este link podéis ver la práctica totalidad de las obras del artista.

Tres pinturas de René Magritte

Hace tiempo que medito sobre cómo puedo ampliar los horizontes de esta web, hasta ahora solo he comentado libros, pero me siento estancado y la falta de variedad me aburre, de ahí mi poca actividad reciente. Así que he decidido hablar de otros temas que me apasionan, como la pintura y para comenzar, no se me ocurre mejor manera que comentar tres pinturas de uno de mis artistas favoritos; René Magritte.

No soy ningún experto en arte, así que no voy a cometer la osadía de comentar los aspectos técnicos de estas pinturas, más bien voy a intentar plasmar en palabras las sensaciones que me inspira su contemplación, sensaciones por otra parte siempre cambiantes e interesantes en un plano introspectivo.

Siempre me ha fascinado el hecho de que cuando observamos una pintura, la entendemos a varios niveles, el principal es el visual, nos puede gustar o no, eso es cuestión de gusto, pero el arte tiene la capacidad de activar resortes en nuestra mente que van más allá de lo meramente visual, una pintura nos puede gustar a simple vista pero a la vez perturbarnos profundamente o puede no gustarnos estéticamente y sin embargo proporcionarnos cierta sensación agradable o directamente no decirnos ni hacernos sentir nada. Supongo que todo depende de la percepción, del contexto sociocultural del observador, de su estado de ánimo o de si tiene o no sensibilidad artística.

Pero creo que hay un nivel todavía más profundo y es un nivel en el que se entrelazan la intención del artista al crear la obra y nuestras sensaciones y emociones más personales. Se crea una especie de lenguaje inconsciente propio e inteligible solo para nosotros, pero que quizá sea el que nos comunique con el artista, el que conecte con sus emociones. Al final, una pintura, una escultura, un libro o una sinfonía musical, son espejos en los que se enfrentan el creador y el observador, espejos donde también nos observamos a nosotros mismos partiendo de la experiencia del otro, pero siempre permeada por la nuestra.

Quizá sea ese lenguaje propio que nos permite analizarnos de manera inconsciente, el que hace que cuando quieras explicar qué te ha hecho sentir una obra de arte, te resulte difícil hacerlo, puesto que es algo tan críptico que no encuentres palabras. Quizá este lenguaje que subyace más en lo inconsciente y en lo puramente subjetivo y personal, un lenguaje en el que se entremezclan lo emotivo y lo sensorial, sea el verdadero lenguaje del arte, y es con este lenguaje con el que quiero intentar hablaros hoy, cuando analice estas tres obras de René Magritte que tanto me gustan.

Surrealismo cotidiano.

Magritte me atrae porque su arte es muy particular, su surrealismo es distinto al de sus coetáneos, no necesita crear criaturas salidas del mundo onírico ni paisajes extraños para expresar sus ideas, su surrealismo es muy cotidiano, toma elementos simples y los transgrede totalmente, nos invita a desafiar la realidad de lo común, es además de pintor, un poeta y un filósofo de las imágenes.
En “La traición de las imágenes” una de sus pinturas más famosas, nos presenta una pipa y nos dice que no es una pipa, lo cual es cierto porque no es una pipa, es la imagen de una pipa, una idea que no es el objeto en sí, pero también es una pipa, aunque nadie podría fumar en esa pipa, por lo tanto no lo es… podríamos seguir así horas debatiendo, atrapados en este bucle infernal, Magritte no solo juega con las imágenes, sabe del poder del lenguaje y lo usa inteligentemente, por ello no titula sus obras al azar.

Sus pinturas representan objetos y situaciones normales: una manzana, un pájaro, una casa iluminada por una farola, una puerta o un hombre con sombrero, pero realmente ¿estamos viendo lo que creemos que estamos viendo?. Da la sensación de que Magritte nos invita a observar con la mirada de un niño, una mirada para la que todo es nuevo y nada ha sido aún asimilado ni nombrado, un mundo virgen en el que lo extraño y mágico también tiene cabida y en el que las leyes naturales y la percepción son susceptibles de ser transgredidas y distorsionadas constantemente. Me recuerda mucho a Borges y a Cortázar en su facilidad para introducir y normalizar lo imposible en la vida cotidiana y viceversa.
En definitiva, Magritte nos invita a que cuestionemos la realidad, ya que nunca podemos estar seguros totalmente de lo que estamos viendo, quiere que dudemos de la realidad para poder redescubrirla y para ello es mejor dejarse llevar e imaginar, él habla con su propio lenguaje críptico-visual y del observador depende conectar y entenderlo o no.

Para no ser reproducido (1937).

Esta obra, también conocida como Reproducción prohibida me fascina, recuerdo que la primera vez que la vi, me quedé impresionado por la idea de un espejo que reflejara lo irreflejable, que no nos permitiera nunca observarnos de frente. Es una pintura falsamente realista, hay un espejo, un libro de Edgar Allan Poe y un hombre mirándose, todo muy realista, pero es ese mismo espejo el que distorsiona la realidad, la falsea. Todo se refleja tal y como esperamos salvo el hombre, es inquietante y fascinante a la vez. Si para nosotros es impactante, imaginemos que puede sentir el protagonista, que no solo no puede verse reflejado, sino que ve lo que vería si tuviera un espejo a su espalda. Perturbador cuando menos.
El título también es ciertamente evocador, nos dice que no hay reproducción posible, paradójicamente mostrándonos a la vez la importancia y la irrelevancia del “yo”, con un reflejo denegado y una prohibición.
Magritte destruye la realidad con un simple espejo que actúa como metáfora de que realmente en esta vida, todo son reflejos, opiniones o influencias, que además parten de un punto de vista subjetivo, por lo tanto no existe lo genuino, no se puede reproducir lo que no existe, de ahí el título.
Cuando nos miramos a un espejo y éste nos devuelve el reflejo, realmente lo que vemos es un “yo”condicionado por nuestra experiencia vital, por la idea que tenemos de nosotros mismos y la que creemos que otros tienen de nosotros y también por nuestros complejos, percepciones, prejuicios… Creo que nunca podemos vernos tal y como somos realmente, nunca podemos ver nuestra verdadera esencia, porque esa esencia es irreproducible.

La voz del espacio (1931).

Lo primero que me vino a la cabeza al ver esta pintura fue: OVNIS, el título incluso tiene ecos alienígenas. Después descubrí que esas esferas son cascabeles y me parece curioso que sean estos objetos tan inocuos y ruidosos los que estén representados, porque para mí, esta pintura proyecta un silencio ensordecedor. Parecen tres esferas que han aparecido de la nada y que han distorsionado el tiempo y el espacio de tal manera, que todo se ha congelado y esa sensación de inmovilidad es perturbadora, como la calma antes de la tormenta. Además hay un gran contraste entre ese paisaje tan verde y la luminosidad del cielo, con esas esferas plateadas tan ominosas y en cierto modo amenazantes. No sé cuál era la intención de Magritte a la hora de pintar este cuadro, pero a mí me deja una sensación de desasosiego.

Existen al menos otras tres versiones de esta pintura, una de ellas es todavía más perturbadora, puesto que es una escena nocturna, las esferas se recortan difusamente contra un cielo negro y parecen aún más enigmáticas y amenazantes.

 

Los misterios del horizonte (1955).

También conocida como La obra maestra, es mi pintura favorita de MagritteEs muy enigmática, en ella aparecen sus archiconocidos hombres con sombrero, pero en esta pintura tengo la sensación de que los tres son el mismo personaje, que aunque comparten espacio, son de realidades o dimensiones distintas, pero que se han solapado. También el hecho de que todos encaren direcciones distintas y que tengan la misma media luna sobre sus cabezas, acrecienta la sensación de extrañeza y de que existen en dimensiones paralelas, no siendo además conscientes de la existencia de sus “dobles”.
Me parece una forma muy ingeniosa de representar simultáneamente tres dimensiones idénticas pero ligeramente distintas.

 

Lo cierto es que se me han quedado varias cosas en el tintero, pero es difícil plasmar con palabras ciertas emociones y sensaciones, así que quizá lo deje para otras reseñas.  Y a vosotros… ¿qué os ha parecido? ¿qué habéis experimentado al observar estas pinturas?. Podéis dejarme un comentario aquí o en la página de Facebook o en Instagram, serán siempre bien recibidos.