“Adiós. Si oyes que me han colocado contra un muro mexicano y cosido a balazos, quiero que sepas que me parece una forma bastante buena de dejar esta vida. Es mucho mejor que la vejez, la enfermedad o caerse por las escaleras del sótano. Ser gringo en México… ¡Ah, eso sí que es eutanasia!”.
En este extracto perteneciente a una carta dirigida a su sobrina y fechada en octubre de 1913, ya daba cuenta de sus intenciones de cruzar la frontera para ir a México, inmerso en plena revolución, dando a entender claramente que no temía una muerte violenta. No deja de ser irónico que un escritor tan interesado en fenómenos extraños y desapariciones misteriosas como era Ambrose Bierce, acabara protagonizando una de ellas, pero la vida tiene estas inextricables ironías y al igual que en su relato La dificultad de cruzar un campo, Bierce, como por arte de magia, se desvaneció en la nada.
En 1913, Ambrose Bierce contaba 71 años, cansado de todo y todos y probablemente sumido en una profunda depresión, se dedicó a visitar en el transcurso de 3 semanas todos los campos de batalla de la Guerra de Secesión en los que luchó: Shiloh, Chickamauga, Chattanooga, Nashville… empapándose de los recuerdos de dolor y muerte, y quizá con esta especie de catarsis oscura, pensó que ya no valía la pena seguir viviendo y siendo hombre acostumbrado a vivir a su antojo, quizá decidió que también podía escoger como morir.

Viaje suicida.
En aquellos años México era uno de los lugares más peligrosos del planeta, la revolución había estallado tres años antes, sumiendo al país en el caos y la violencia. Que Bierce decidiera ir allí solo se puede considerar como un viaje suicida, sabía que tarde o temprano acabaría con una bala en la cabeza.
A lo largo de aquel año había mostrado a sus familiares y amigos su interés por ir a México a presenciar de primera mano la revolución, mientras cruzaba el país a caballo hasta la costa del pacífico y después viajar a Sudamérica para recorrer los Andes y probablemente el resto del continente. Toda una empresa titánica para un hombre asmático de 71 años.
Su última comunicación conocida se remonta al 26 de diciembre de ese mismo año, la carta dirigida a una amiga y fechada en Chihuahua, acaba con una frase muy enigmática (aunque muy en su estilo): “En cuanto a mi, parto mañana para un destino desconocido”. Ese destino sigue siendo un enigma desde entonces.
Nace el misterio.
A partir de aquí todo son conjeturas, la historiografía oficial dice que Ambrose Bierce se unió a las tropas de Pancho Villa y murió en la batalla de Ojinaga, en enero de 1914. Lo cierto es que si atendemos a testimonios de la época, Bierce se las arregló para morir varias veces en varios lugares. Asesinado por bandidos, capturado y fusilado por las tropas federales, o que acabó enemistándose con Villa y éste lo mando ejecutar, que se aficionó al tequila y murió de una borrachera descomunal, o que murió en el asalto a un tren militar… incluso hay una tumba (vacía) con su nombre en Sierra Mojada en el estado de Coahuila donde se cuenta la historia de un gringo que fue fusilado por espía, mientras se reía de sus verdugos en el paredón.
También hay teorías más extravagantes como la de que fue un espía enviado por el gobierno americano para monitorizar las actividades de los alemanes y los japoneses en el canal de Panamá o la de que se unió al aventurero y espía Mitchell-Hedges y juntos encontraron la calavera de cristal que hizo famoso a este último, despues de ello, Bierce siguió rondando por Honduras hasta desparecer. Otros dicen que lo vieron en Francia en 1915 en plena guerra mundial, como asistente en el estado mayor de Lord Kitchener, otros que acabó sus días en un manicomio de Napa en California o que murió de viejo en New York. En un plano más literario, este misterio también inspiró al escritor mexicano Carlos Fuentes para escribir su novela “Gringo viejo”.
Una teoría mas plausible.
Lo cierto es que conociendo lo retorcido que podía llegar a ser Bierce, quizá todo esto solo fuera un montaje, las cartas a familiares y amigos comunicando su intención de viajar a México y después a Sudamérica, puede que solo fuera una cortina de humo para enmascarar su verdadero propósito, suicidarse. Puede que Bierce nunca llegara a cruzar la frontera, si no que se encaminara al Cañón del Colorado para acabar con su vida en soledad y en un lugar donde no pudieran encontrarlo nunca.
Bierce siempre se mostró partidario en vida del suicidio y parece razonable creer que pensó que era un buen fin para la suya. Lo cierto es que antes de iniciar su viaje por los campos de batalla hacia México, había arreglado todos sus papeles y cuestiones legales, incluso le había transferido un panteón en un cementerio a su hija, diciéndole que no se preocupara, porque él no tenía intención de acabar reposando allí.
Lo cierto es que fuera cual fuese su final, el de la desaparición se presta muy bien para convertirlo en leyenda y no parece nada descabellado, viniendo de un hombre que se pasó la vida imaginando historias misteriosas y fantásticas y ridiculizando a casi todo el mundo.
“Bitter Bierce” se rió de todos por última vez, orquestando una gran broma macabra y su carcajada aún resuena un siglo después.
”Existen varias clases de muerte. En algunas el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu. Esto solo sucede, por lo general, en soledad, y, no habiendo visto nadie ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad”.
– Ambrose Bierce, Un habitante de Carcosa (1885).