Años 30 en el Reich alemán. Los nazis acaparan todo el poder y deciden cada aspecto de la vida de los ciudadanos. Basándose en su deformado y retorcido criterio, imponen qué está bien y qué está mal y, con el transcurso del tiempo, llegarán a dictaminar quién merecerá vivir y quién no. También determinan qué es arte y para desgracia de nuestro protagonista de hoy, su arte se considera arte degenerado. Para los nazis, todo arte que tuviera connotaciones bolcheviques, judías o se alejara de los ideales de heroísmo y pureza aria, era arte degenerado. Así que si eras un pintor surrealista y esas cabezas cuadradas que decidían por ti no entendían tu arte, automáticamente te convertías en un degenerado. Esto fue lo que le pasó a Edgar Ende, que pasó de ser el primer pintor surrealista alemán a convertirse en un desconocido y en un paria artístico.
Prohibido pintar
En esos mismos años 30 de los que hablaba antes, la carrera de Ende estaba despegando y adquiriendo notoriedad, pero en 1936 los nazis le prohibieron pintar y exponer bajo pena de cárcel. La mayor parte de su obra de aquella época acabó reducida a cenizas en un bombardeo en Munich en 1944, así que las pocas pinturas que quedan de esa época, están muy cotizadas. Después de la guerra siguió pintando y alcanzó cierto reconocimiento, hasta su muerte en 1965.
Visionario surrealista
El enfoque de Ende buscando la inspiración era bastante peculiar, casi el de un visionario a lo William Blake que entra en trance y se deja poseer por las imágenes, que más tarde plasmará en el lienzo. Su método para inspirarse consistía en tumbarse a oscuras en un sofá y literalmente no pensar en nada: dejar la conciencia vacía hasta que esas imágenes aparecían. Una especie de ejercicio de meditación de la que extraía algo totalmente puro, simbólico e ininteligible
Esas imágenes eran, la mayoría de las veces, estáticas aunque otras se movían y cambiaban de forma velozmente. Otro dato curioso es que esas imágenes no podían ser modificadas con el pensamiento o la imaginación. Para Ende, eran imágenes pre-lógicas, o sea, anteriores al pensamiento y más profundas. Él no daba a esas imágenes ninguna interpretación, si no que dejaba que fuera el observador posterior del cuadro el que lo hiciera. El título tampoco tenía mucha importancia para él, así que solía buscar los títulos más neutrales posibles.
Familia de artistas
A muchos os sonará su apellido y probablemente no vayáis desencaminados pensando que este señor tiene algo que ver con Michael Ende, el autor de La historia interminable y Momo. Pues bien, eran padre e hijo. Y es muy probable que las pinturas del progenitor influyeran en los escritos de su vástago, y si no solo tenéis que echar un vistazo a una de sus mejores obras: El espejo en el espejo, una colección de relatos basados en las pinturas y dibujos de Ende padre, que recomiendo mucho.
Me encanta la pintura surrealista ya que se presta a múltiples interpretaciones. Al igual que hice en el artículo de Magritte que publiqué hace un tiempo, he elegido tres pinturas y a grandes rasgos y de manera espontánea, voy a contaros qué me inspiran.
Der Tänzer auf der Kugel (1948)
Esta pintura, que se podría traducir como El bailarín en la pelota, es una de las que más me han impactado de su catálogo. En ella aparecen representadas dos figuras. Una de ellas que parece ser la principal, está en armónico equilibrio sobre una esfera suspendida sobre un plano que parece ser infinito. Las estrellas que aparecen en dicha esfera parecen significar una representación del cosmos en miniatura. El personaje principal tiene algo de divino, ya que hay cierto resplandor que emana de su cabeza como una especie de aura. Dicho resplandor ilumina también sus hombros y brazos. La pierna que se eleva sobre la esfera está llena de heridas, como si el estar en contacto con ese universo condensado fuera perjudicial de alguna manera. En cuanto a las esferas representadas a su espalda, da la sensación de que están en movimiento generando algún tipo de energía.
El otro personaje transmite sensación de urgencia, como si tuviera prisa por cruzar otra vez esa puerta que está a sus espaldas. Además, uno de sus pies parece estar evitando que la puerta se cierre. Es como si hubiera cruzado solo para recibir ese líquido que le entrega el personaje principal. La puerta parece un lugar fronterizo entre dos dimensiones: la que parece ser infinita, que podemos ver en la pintura, y la otra, que solo podemos intuir y que quizá sea la nuestra. En cuanto al líquido que se vierte de una vasija a otra, quizá sea un elixir vital o una metáfora del conocimiento.
Genius loci (1936)
En la mitología romana un Genius loci era el espíritu protector de un lugar. En esta obra, podemos observar un plano desolado con árboles muertos y tierra baldía bajo un cielo plomizo. Tengo la sensación de que el monolito cúbico que aparece en la parte inferior izquierda es la representación del Genius loci. Mientras que ese conjunto flotante de rostros son los humanos que vivieron en ese lugar cuando era próspero y fértil. Y cuyas almas o espíritus se han petrificado, en una suerte de representación simbólica que parece indicar que no pueden abandonar ese lugar en el que han vivido. Aunque el hecho de que solo estén representadas las cabezas, me da a entender que quizá sean sus pensamientos y creencias las que embrujan ese lugar.
Das fensterkreuz (1953)
Esta pintura me resulta perturbadora. Me sugiere esclavitud, uniformidad, repetición. Esa hilera de humanos en la misma postura, avanzando hacia el fondo de la habitación, donde hay una especie de Cristo crucificado a trasluz, es inquietante. Parecen clones, humanos sin voluntad totalmente subyugados por la religión.
Pero, por otra parte, puede tener otra lectura: una hilera de hombres que marchan juntos para destruir ese símbolo cristiano, ya que uno de ellos lleva un martillo en la mano y presumiblemente el resto también. O también puede ser que solamente el último lleve el martillo, ya que su sombra es ligeramente distinta a la del resto. Una especie de héroe solitario y libertador, un pensador divergente en esa cadena uniforme. O quizá el martillo sea una alegoría del comunismo ateo, ya que fue pintada en los albores de la Guerra Fría.
Hasta aquí la entrada de hoy. Me parece un ejercicio imaginativo muy interesante, que os animo a que realicéis, no solo con estas tres pinturas, sino con cualquier obra de arte que os guste o que descubráis. Creo que es muy enriquecedor y además permite que os analicéis a vosotros mismos. Al final nuestras interpretaciones de una obra de arte, no dejan de ser reflejos de nuestro propio ser.
Espero que hayáis disfrutado con la entrada y ya sabéis que me encantará conocer vuestras propias interpretaciones de las pinturas en los comentarios. Un saludo.