Viaje al fin de la noche

Misantropía, horror, incomprensión, decadencia, muerte, desesperación… Todo esto y más, va a encontrar el lector que se atreva a seguir a Bardamu en su viaje al fin de la noche.

Una noche en la que el protagonista va disolviéndose lentamente, una noche poblada por personajes extraños y decadentes, tanto como los espectrales lugares que recorren bajo una luz crepuscular en la que nada parece real. Una noche eterna en la que habitar tiene un peaje; la cordura y el alma de uno mismo. La desesperación que se infiltra día a día irremediablemente hasta vaciarle a uno por dentro, convirtiéndolo en un fantasma errante, desarraigado, sintiéndose un extranjero incluso en su propia casa, sufriendo y regocijándose en la miseria. Muerto en vida pero a la vez muy consciente de todo.

La peor de las maldiciones.

«La mayoría de la gente no muere hasta el último momento, otros empiezan veinte años antes y a veces más. Son los desgraciados de la tierra.»

Hacia mucho tiempo que no caía en mis manos una obra de este calibre, leerla es como recibir una patada en la cabeza, te sacude fuerte y te deja aturdido. Es difícil empatizar con un tipo como Bardamu, pero el autor lo consigue y no por sentir lástima o compasión de una vida tan triste y oscura, si no porque me he visto reflejado en él, me he visto reflejado en algunas de sus opiniones y críticas, me he visto al igual que Bardamu pasando por la vida de lado, sin hacer mucho ruido, perdido y sobre todo solo en muchos momentos, pero una soledad de la que se disfruta y hace crecer, una soledad a la que uno se acostumbra porque como dice el refrán, «mejor solo que mal acompañado«.

Viaje al fin de la noche eterna.

Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit) publicada en 1932, no solo es una gran novela, es una declaración de intenciones y una brutal crítica al genero humano, desde la sinrazón de la guerra y el colonialismo a la mezquindad de las relaciones personales y el surrealismo cotidiano.

La incisiva mirada de Bardamu (alter ego del autor Louis-Ferdinand Céline) no deja títere con cabeza. Céline dispara a matar con balas de cañón en su eterna huida, pues se pasa la vida huyendo de todo, incluso de si mismo, huye porque no le gusta lo que ve, lo que siente, huye porque no se gusta, pero sobre todo, huye porque esta maldito. Tiene la maldición de estar «despierto» entre tanto borrego que solo se limita a existir y caminar lentamente hacia el matadero, pero Bardamu (o Céline) no se da cuenta de que él también camina hacía ese matadero, solo que por otro camino más solitario y duro.

El tormento de estar «despierto» es ver la realidad sin artificios y sentirte muy solo porque nadie te comprende, es estar condenado porque ya no puedes cerrar los ojos y dejarte llevar como hace el resto, es querer huir de tu propia sombra y al final darte cuenta de que nunca se va a despegar de ti.

«A medida que te quedas en un sitio, las cosas y las personas se van destapando, pudriéndose y se ponen a apestar a propósito para ti.»


El enfant terrible de las letras galas.

Céline es uno de esos autores malditos y vilipendiados por la crítica, durante años fue un paria a pesar de la innegable calidad de sus obras. Parte de este escarnio público fue debido a sus ideas políticas, ya que durante la II Guerra Mundial simpatizó con los nazis y el régimen de Vichy y no ocultó nunca su antisemitismo.

Céline es un quebradero de cabeza porque no es alguien que pueda ser domado por la «corrección política», esa enfermedad social que nos asola desde hace muchos años. Tengo la sensación de que el problema con este autor es más una cuestión de hipocresía que otra cosa, para los franceses tiene que ser muy difícil de aceptar, que uno de los mejores prosistas que ha dado el siglo XX, fuera un filonazi antisemita y por lo tanto un personaje muy incómodo para los adoradores de lo políticamente correcto que dominan los estamentos de la cultura. Para todos estos académicos y críticos tiene que ser muy duro reconocer públicamente la grandeza literaria del autor, aunque muchos lo adorarán en secreto, de eso estoy seguro.

Céline es un nihilista que no tiene pelos en la lengua, no es prisionero de tabúes, usa un lenguaje barriobajero y soez y tiene una visión del mundo decadente y realista. Céline es un monstruo con todas las letras, es el coco, Céline da miedo porque no se arrodilla ante nadie y sobre todo es libre y todos anhelamos eso ¿no?, la libertad total.

Este enfant terrible de las letras galas, fue rescatado por varios autores de la generación Beat, como Allen Ginsberg y William S. Burroughs que reconocieron su influencia e incluso viajaron a Francia para conocerle. También influyó en Kurt Vonnegut, Henry Miller, Jean-Paul Sartre, Jack Kerouac y Charles Bukowski, que le rindió homenaje en Pulp, su última novela.

 

Una obra maestra.

Viaje al fin de la noche es una más que recomendable novela, no apta para todos los públicos, no está escrita para pasar un buen rato y desconectar, hay mucho para leer entre lineas y reflexionar, pero si le das la oportunidad y te sumerges en sus páginas puede que la recompensa sea mayor de lo que crees.
Nunca le podré agradecer lo suficiente a Laura, mi compañera de lecturas y tertulias, que me la descubriera, llegó a mis manos en el momento adecuado y fue toda una revelación.

Atrévete con ella, una cosa es segura, no te va a dejar indiferente.
Es una jodida obra maestra.

«Somos, por naturaleza, tan fútiles, que solo las distracciones pueden impedirnos de verdad morir.»