Esta mañana paseando por el bosque, disfrutando de la explosión primaveral de la vida, me encontré el cadáver mutilado y en descomposición de un animal, que no pude reconocer. Me pareció paradójico que entre tanta vida latente, apareciera ese cuerpo inerte que otrora estuvo vivo. Recordándome que la vida también es muerte y que de la muerte nace la vida. Mientras me alejaba, me vino a la mente una pintura de Philippe de Champaigne titulada Naturaleza muerta con calavera y me puse a pensar en lo efímero de la existencia. Como vida y muerte se entrelazan de tal manera y están tan presentes, que a veces ni lo advertimos, a no ser que nos golpee directamente. Hoy me gustaría hablaros de la Vanitas, un género artístico que surgió en el Barroco, que mostraba eso: la futilidad de la vida y la presencia continua de la muerte.

Orígenes
Los orígenes de la Vanitas se encuentran en las representaciones de la muerte, que han manifestado prácticamente todas las culturas desde la prehistoria. Generalmente se representan con esqueletos o calaveras. Pero la Vanitas tienen un carácter moralizante y reflexivo, así que podríamos decir que su antecedente directo más antiguo son los Memento Mori romanos. La frase que supuestamente repetían los siervos a los generales romanos en sus triunfos, para recordarles que eran mortales y las glorias efímeras. Normalmente aparecían en frescos, figurillas y mosaicos con frases como la manida Carpe diem (“aprovecha el día”), Nosce te ipsum (“conócete a ti mismo”) o la ya mencionada Memento mori (“recuerda que morirás”).

Las danzas de la muerte
Durante la Edad Media, la epidemia de peste negra que asoló Europa, hizo que la gente tomara conciencia de lo efímero de la vida de una manera brutal. La muerte a gran escala se convirtió en algo cotidiano y esa normalización le dio un carácter pavoroso.
Fue en esa época cuando aparecieron las danzas de la muerte, que tenían un doble sentido. Por una parte el religioso y moralizante y por otra el satírico, ya que en una sociedad tremendamente desigual, la muerte igualaba a todos al final del camino. En estas representaciones normalmente aparecen esqueletos bailando despreocupadamente o conduciendo vivos de todos los estratos sociales hacia la tumba. Algunas de las representaciones más famosas corrieron a cargo de Hans Holbein el joven y de Michael Wolgemut.

Vanitas
Y llegamos al Barroco y a la Vanitas propiamente dicha. Su nombre deriva de una pasaje del Eclesiastes (Ec 1,2): Vanitas vanitatum et omnia vanitas (“vanidad de vanidades, todo es vanidad). Pero en este caso vanidad no tiene nada que ver con arrogancia, sino con la acepción latina de vanidad: futilidad, caducidad, vacío… Animando con ello a adoptar un punto de vista y modo de vida más estoico. Estas obras seguirán el camino marcado por sus predecesores, incidiendo en lo efímero de la vida y los placeres terrenales y en la omnipresente muerte que nos espera.

El movimiento surge en los Países Bajos donde gozó de muy buena fama, ya que su intención moralizante fue muy del agrado de la rígida religión calvinista profesada por entonces, para extenderse poco después por el resto de países de Europa occidental. Las pinturas tienen una temática similar a los bodegones, pero en lugar de mostrar frutas u otros manjares, muestran objetos valiosos, libros, armas o flores, pero siempre con el contrapunto de la muerte rondando, en forma de calaveras, fruta podrida, polvo y relojes de arena.


Vanitas en España.
En España el genero Vanitas, también tuvo buena acogida, aunque se le denominó Desengaño. Dada la naturalidad contrarreformista del país, el genero adquirió un componente más religioso y pesimista aún si cabe. Dos pintores sobresalieron sobre el resto: El vallisoletano Antonio de Pereda y el sevillano Juan de Valdés Leal. El primero formado en la escuela tenebrista, gozó de popularidad y buenos encargos en la corte, gracias a su calidad y obras como El sueño del caballero o La inmaculada concepción. Por su parte Valdés Leal pintor de gran imaginación, pero irregular en sus acabados es conocido sobre todo por los dos Jeroglíficos de las postrimerías, pintados para el Hospital de la Caridad de Sevilla, donde aún se conservan. Son dos macabras alegorías de la vanidad y la muerte de gran factura.


Hasta aquí la breve entrada de hoy, ya veis lo que da de sí un encuentro con una animal muerto en un bosque. Viene bien como recordatorio de que hay que vivir el presente de una manera más consecuente y consciente. Al final de cada uno de nuestros caminos nos espera lo mismo. La Parca; la gran niveladora. A esa le da igual cuántas posesiones y riquezas tengamos o cuánta fama hayamos atesorado. Todo eso no nos lo podremos llevar al otro lado en nuestro viaje con ella. Al final lo único que cuenta son las experiencias vividas. Porque realmente y a una escala cósmica, no somos nada, somos insignificantes. Incluso los personajes más famosos de la historia, algún día serán totalmente olvidados. Nos encaminamos hacia el vacío y el olvido. Incluso me atrevería a decir que hasta la muerte morirá algún día, cuando se haya enseñoreado de todo el universo, cuando no quede nada vivo que llevarse, su función habrá acabado y por lo tanto desaparecerá.
