Analizar la obra de Franz Kafka se torna en un ejercicio bastante difícil para mí. Sus escritos me remueven tanto y tan profundamente que muchas veces me cuesta ordenar las ideas y sensaciones que me producen. Hace tiempo que aprendí que a Kafka hay que leerlo de manera literal para poder entenderlo, ya que sus historias están llenas de simbología que muchas veces es totalmente incognoscible para cualquier persona que no sea él.
La obra de Kafka se mueve entre la sobriedad y sencillez de sus narraciones y el surrealismo y lo desproporcinado de lo que nos cuenta en ellas, ya que hay una tendencia a la desmesura que puede llegar a ser terrorífica unas veces y cómica otras. Dos ejemplos muy claros son sus novelas inconclusas El castillo y El proceso; donde el protagonista se enfrenta con algo de proporciones gigantescas, un ente todopoderoso e invisible que quiere someterlo y usa todos los recursos disponibles para intentarlo, aunque el protagonista se resiste activamente en ambas, en un ejercicio que incluso podría verse como de sadomasoquismo. Muy distinto es el protagonista de la parábola Ante la ley. Aquí ya sea por miedo, ignorancia o buena fe, éste se somete a las ordenes impuestas y aunque las cuestiona tímidamente, nunca abandona su estado de espera, que se prolonga durante toda su vida.
Ante la ley es una auténtica concatenación de paradojas en la que la pregunta clave es: ¿cómo se puede acceder a algo que esta abierto de par en par? La respuesta es que precisamente porque está abierto y es tan accesible no se puede entrar, si la puerta estuviera cerrada sería mucho más fácil abrirla y acceder al interior. El guardián tampoco le dice expresamente que no puede entrar, simplemente le dice que en ese momento no es posible y el campesino se conforma con ello. Todo se reduce a un juego de interpretaciones. El campesino podría haber atravesado en cualquier momento esas puertas y acceder a la ley, quizá se hubiera tenido que enfrentar a otros guardianes pero no lo hizo. Era libre de elegir, eligió conformarse y esperar, aunque al final antes de fallecer, la verdad le es revelada de una manera lapidaria.
Es la clásica pesadilla burocrática de Kafka, el protagonista puede acceder a la ley, pero a la vez está fuera de ella. Le corresponde la ley por derecho pero la propia ley en su paradójica cualidad de ente definido e indefinido a la vez, lo excluye como por decreto. Y es que la ley, precisamente por ser ley, está fuera de la ley. Es otra de esas criaturas omnipotentes supra humanas que tiranizan a los hombres y que nos demuestran el sinsentido del sistema que hemos creado y con el que tenemos que relacionarnos todos los días; monstruos burocráticos insensibles controlando prácticamente todos los aspectos de nuestra existencia. De todas maneras aunque todos podamos acceder a la ley, hay una cosa que está muy clara y es que la ley no es igual para todos, depende de quien seas la ley será más o menos justa contigo, Kafka ya lo vislumbraba en su tiempo. Os dejo con el relato.

Ante la ley
Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde.
—Es posible —responde el guardián—, pero no ahora.
Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se sitúa a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su propósito, ríe y dice:
—Si tanta curiosidad tienes, intenta entrar pese a mi prohibición. Ten en cuenta, sin embargo, que soy poderoso, y que además soy el guardián más ínfimo. Ante cada una de las salas hay un guardián, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había contado con tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina y larga de tártaro, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos para que le inviten a entrar y cansa al guardián con sus súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen los grandes señores, y al final siempre repetía que todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto muy bien para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice:
—Sólo lo acepto para que no creas que no lo has intentado todo.
Durante los muchos años que estuvo allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de reconocer a las pulgas en el cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a éstas que le ayuden para cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su alrededor o son sólo los ojos que le engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su cabeza todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le hace señas, ya que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre.
—¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—, eres insaciable.
—Todos aspiran a la Ley —dice el hombre—. ¿Cómo es posible que durante tantos años nadie más que yo haya solicitado la entrada?
El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita:
—Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Ahora cerraré la puerta y me iré .
– Franz Kafka.
Ante la ley (Vor dem Gesetz), forma parte de la novela El Proceso, aunque fue publicado por primera vez de manera independiente en el semanario Selbswehr en 1915.