Los cuentos de Julio Cortázar, golpean, zarandean, aturden, inquietan, pero a la vez reconfortan, fascinan y provocan sensaciones extrañas e interesantes. Su dominio del lenguaje es abrumador y su capacidad de crear mundos y sucesos inverosímiles e inquietantes de las situaciones más normales es sencillamente magistral.
Bestiario es la primera colección que publicó el autor en 1951 y consta de ocho relatos a cada cual más extraño. Me cuesta elegir favoritos pues todos tienen un “algo” que los hace interesantes y memorables, pero si tuviera que elegir me quedaría con esa soberbia pesadilla titulada Casa Tomada, el final de Lejana, la asfixiante ansiedad de Ómnibus y el surrealismo de Carta a una señorita en Paris y Cefalea.
Según Cortázar, varios de esos cuentos se concibieron como auto-terapias de tipo psicoanalítico, ya que por aquel entonces experimentaba ciertos síntomas neuróticos que le incomodaban. Y quizá sea este enfoque psicológico en el momento de crearlos el que me hace pensar que los relatos del argentino son entes vivos, son como un virus hecho de palabras que ataca directamente a la mente y se instala en ella incubando, para manifestarse días o meses después y de la nada sorprenderte pensando en una de sus historias.
Son relatos para saborear lentamente (incluso para leer varias veces) y dejarse llevar a ese mundo en el que nada es lo que parece y en el que lo fantástico va invadiendo lo cotidiano de manera casi imperceptible, hasta distorsionarlo con la sutileza onírica y surrealista propia de los sueños… y las pesadillas.