
“Al fin y al cabo, para vivir feliz, un hombre tiene que conocer de vez en cuando unos instantes de perfecto vacío. Sin embargo, yo estaba siempre expuesto, siempre con los ojos abiertos; incluso cuando dormía no dejaba de vigilarme, sin comprender nada de mi existencia, me enloquecía la idea de no poder dejar de ser consciente de mí mismo…”.
El Ojo (Соглядатай), escrita en 1930 y publicada por entregas en la revista parisina de emigrantes rusos Sovremennyya Zapiski, es la cuarta novela de Vladimir Nabokov y fue en su día, mi primer acercamiento a su obra. Es una novela corta desconcertante, que puede resultar de difícil lectura, pues la historia esta plagada de descripciones y diálogos inconexos y sesgados, que no nos permiten hacernos una imagen panorámica de la historia. Pero esto es precisamente lo que busca el autor: jugar con nosotros y no desvelarnos más que lo justo y a veces confundirnos con imágenes distorsionadas o reflejos múltiples, como si estuviéramos dentro de una habitación llena de espejos y todos los presentes en ella llevaran una máscara.
Dobles fantasmales.
En esta novela se tocan los temas de la identidad y el concepto que tenemos sobre nosotros mismos y sobre todo de la imagen que proyectamos y la percepción que tienen los demás sobre nosotros. Siempre me han parecido conceptos muy interesantes, puesto que al final no dejan de ser experiencias subjetivas, a veces contaminadas por prejuicios, que no nos permiten conocer la esencia real de la verdad, conocimiento que por otra parte considero prácticamente imposible de alcanzar.
También se desarrolla el tema del doble de una manera muy interesante, puesto que no es un doble al uso; un doppelgänger o doble fantasmal, es una especie de sombra o proyección de nuestro inconsciente, que en algunos momentos se puede manifestar, posiblemente en un estado alterado de conciencia o en un estado crepuscular, como por ejemplo durante la parálisis del sueño. Pero en un plano más metafísico/psicológico, también puede ser la suma de las percepciones que otros tienen de nosotros o cada una de ellas por separado, un montón de dobles distintos, uno por cada persona que nos conoce, incluida nuestra propia percepción de nosotros mismos. La verdad es que sólo este tema daría para una entrada bastante amplia, pero no me voy a extender más en ello.
El tema del doble es recurrente en la literatura de varios autores, y aquí he detectado cierta influencia de Hoffmann (La historia del reflejo perdido), Poe (William Wilson), Pirandello (Uno, ninguno y cien mil) e incluso de Borges*. Nabokov consigue crear en El ojo, una historia a la altura de las nombradas anteriormente.
Humo y espejos en el Berlín de entreguerras.
El ojo comienza con el narrador contándonos su vida en el Berlín de entreguerras. Por lo que sabemos es un expatriado ruso que ha huido de la Revolución Bolchevique y posterior guerra civil que asola Rusia, que comparte su vida con otros emigrados de su misma nacionalidad, a cada cual más variopinto: como el librero Weinstock, paranoico y practicante del espiritismo (muy de moda en aquellos años) o el pedante Roman Bogdanovich, autor de un diario personal, cuyas entregas envía todos los viernes a un amigo de Tallinn, que las archiva para que Roman pueda releerlo completo en un futuro cuando ya sea anciano.
La vida del narrador, bastante mediocre y aburrida, da un giro inesperado tras un acontecimiento traumático que le empuja al (intento de) suicidio. A partir de ahí su vida adquiere una dimensión totalmente distinta, ya que comienza a ver el mundo y a los que le rodean con otros ojos, una especie de ser omnisciente que todo lo ve y que se propone descubrir la identidad del personaje más enigmático de todos: Smurov.
Smurov, el enigma.
Un personaje que un día es un soldado zarista y al siguiente un espía bolchevique, otro día se presenta como un mujeriego y después como homosexual. El narrador intenta descifrar el enigma de Smurov a través de los ojos y las opiniones de sus conocidos y poco a poco su imagen va tomando forma, una imagen realmente sorprendente.
En el prefacio, el autor nos anima a que intentemos descubrir quién es este personaje antes de que acabe la novela, reconozco que yo lo descubrí más o menos a la mitad. Así que nos encontramos ante una obra de gran calidad y un misterio muy divertido. Recomiendo su lectura, pero ojo, que sea breve no quiere decir que sea ligera, es densa y como dije al principio, desconcertante.
“Kashmarin se había llevado otra imagen, ¿Importa cuál? Porque no existo; lo que existe son los millares de espejos que me reflejan. Cada vez que conozco a alguien, aumenta la población de fantasmas que se parecen a mí. Viven en alguna parte, se multiplican en alguna parte. Sólo yo no existo. Sin embargo, Smurov, seguirá viviendo por mucho tiempo”.
“Los dos muchachos envejecerán y alguna que otra imagen mía vivirá en ellos como un parásito tenaz. Y luego llegará el día en que morirá la última persona que me recuerde, tal vez una historia casual sobre mí, una simple anécdota en la que aparezco yo, pasará de él a su hijo o a su nieto, y así mi nombre y mi fantasma aparecerán fugazmente aquí y allá por un tiempo más. Luego llegará el final”.
Notas: El título original en ruso Соглядатай, cuya transcripción sería Soglyadatay, es un antiguo término militar que significa “espía“, “observador“, el autor al traducir su obra al inglés en 1965, decidió titularlo, “El Ojo“.
* La influencia de Borges es imposible, puesto que en aquellos años no tenían aún conocimiento el uno del otro. Aunque si es cierto que sus vidas están marcadas por algunos paralelismos sorprendentes, que quizá desgrane en una entrada futura.