¿Qué es un fantasma?, ¿es el espíritu errante de un muerto?, ¿es la proyección de la mente de un vivo? o ¿puede ser energía impresa en un lugar u objeto determinados?. Sinceramente, no tengo respuesta a estas preguntas y dudo que alguien la tenga. Pero si tengo claro que al ser humano le encanta contar historias de fantasmas, le encanta provocar y sentir miedo.
Los fantasmas nos llevan acompañando desde el alba de los tiempos y quizá solo existan porque hablamos de ellos, porque creemos en ellos y seguirán existiendo mientras se sigan contando historias de aparecidos y almas en pena, atrapados al igual que nosotros en esta realidad, para siempre.
Las primeras historias de fantasmas aparecen ya en la Odisea de Homero, en un escrito de Plinio el Joven sobre una casa encantada en Atenas, habitada por un espíritu que arrastraba cadenas y también en obras como el Satiricón de Petronio o en algunas tragedias de Séneca. También aparecen en los relatos de Las mil y una noches, pero en forma de Djinns y Ghuls. La divina comedia de Dante Alighieri o Hamlet de Shakespeare son otros ejemplos famosos de interacción entre vivos y almas de difuntos.
Se podrían enumerar incontables obras a lo largo del tiempo, pero fue en el siglo XIX cuando la Ghost Story o cuento de fantasmas vivió su auge, curiosamente en la época de la revolución industrial y de grandes avances científicos, pareciera como si las tradiciones y los miedos ancestrales se resistieran a desaparecer con el imparable progreso y todo ello fue gracias a las obras de escritores anglosajones como Joseph Sheridan Le Fanu (El fantasma de la señora Crowl), Charles Dickens (El Guardavías), Margaret Oliphant (La puerta abierta), Edward Bulwer-Lytton (La casa y el cerebro), M.R. James (Silba y acudiré!) o Henry James, el autor del libro que reseño hoy, aunque sinceramente tampoco estoy muy seguro de por qué estoy hablando de fantasmas en esta introducción, porque puede que el relato del que voy a hablar no tenga nada que ver con ellos… o puede que sí, no lo sé.
Ambigüedad total.
Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw) 1898, es una novela corta en la que la ambigüedad es llevada a su máxima expresión.
Una joven institutriz llega a una antigua mansión en el campo, para hacerse cargo de la educación de dos niños pequeños que se han quedado huérfanos y están al cuidado de su tío. Al poco tiempo empiezan a sucederle situaciones extrañas, en las que se le aparecen los fantasmas de dos sirvientes fallecidos el año anterior y se convence de que éstos quieren hacer daño a los niños e intenta protegerlos a toda costa.
Sobre el papel parece la clásica historia de fantasmas, pero una vez que nos sumergimos en ella y avanza el texto, nos damos cuenta de que hay mucho más de lo que aparenta en un principio, nos damos de frente con un relato que puede tener múltiples interpretaciones. De hecho, a día de hoy, no hay consenso sobre lo que el autor quiso contar en esta obra.
Henry James era un maestro del relato psicológico, la ambigüedad y la elipsis, nunca acaba de contar lo que tiene que contar o lo que nosotros pensamos que tiene que contar. James siempre va dando un rodeo, se anda por las ramas y de vez en cuando nos da un pincelada aquí y otra allá que nos permite obtener algo de información para poder encajar las piezas. En Otra vuelta de tuerca alcanza una de sus cimas en este aspecto, la ambigüedad es tal, que en mi caso, mientras lo leía me ha hecho pensar de todo: fantasmas, locura, pesadillas, abusos, un montaje… y al final de todo, sigo tan desconcertado como durante la lectura. Realmente no sé de que trata este relato, aunque he disfrutado mucho leyéndolo.
Los personajes están vagamente definidos, parecen ser meros recipientes vacíos donde el lector puede volcar sus miedos, fantasías y significados. Al parecer para el autor, los personajes no son tan importantes como la historia en sí, pero la historia tampoco parece ser importante, puesto que lo importante en este caso es todo lo que no cuenta, todo lo que dice o mejor dicho, no dice entre líneas. Parece que el autor deja todo el peso al lector y a sus interpretaciones y actúa como un mero transmisor de la historia y todo esto a veces puede ser desconcertante y a la vez desafiante. Por eso creo que es una obra ciertamente interesante, puesto que permite reflexionar constantemente, sospechar, devanarse los sesos a conciencia para encontrar una interpretación a la historia y aún así, nunca estar seguro al 100 % de que sea la correcta.
Otra de las claves de esta ambigüedad, es que la narración está en primera persona, así que sólo conocemos el punto de vista de un único personaje, del que además sabemos muy poco. Así que no podemos contrastar su relato con el de otros, por lo tanto debemos fiarnos de lo que nos cuenta, pero la forma en la que lo hace es tan oscura y desconcertante que nos hace sospechar, es como si quisiera imponernos su punto de vista, pero no podemos estar seguros de si es un punto de vista veraz o por el contrario totalmente falso o distorsionado por la locura.
James trabaja magistralmente este aspecto a lo largo de toda la historia, es imposible interpretar de manera absoluta qué es lo que está pasando y además lo hace con una prosa exquisita y elegante, que es toda una maravilla.
Resumiendo, Otra vuelta de tuerca, es una obra maestra en la que se mezclan el terror, la fantasía y el suspense de manera fabulosa y que vale mucho la pena leer, sobre todo para terminar perplejo y darle vueltas a la cabeza durante días sin poder llegar a ninguna conclusión satisfactoria.
Dadle una oportunidad, no os arrepentiréis… Pero recordad, todo lo que penséis o sintáis leyendo esta obra, todo el miedo, el suspense o las interpretaciones que le deis, solo estarán en vuestra cabeza, Henry James no dice nada de eso en el relato… o sí, ¿Quién sabe?.